Libérate de la responsabilidad de mejorar a los demás
Siempre que hablo con la gente, en algún momento u otro, salta el discurso ‘es que no hay manera de que esa persona haga esto o lo otro‘; ‘he intentando hacerle entender que estaría mejor si actuara de esa forma y no de la otra, pero nada‘; ‘es que no me hace caso y viene y me cuenta siempre lo mismo y no puedo más‘; y muchas frases parecidas.
Has pensado alguna vez en el tiempo que dedicamos en intentar convencer a los demás para que actúen, piensen, sientan de una forma diferente a la suya propia?
Y te has dado cuenta de cómo nos quedamos cuando no nos hacen caso y de la energía que gastamos insistiendo y persistiendo en el intento?
Al parecer necesitamos intentar constantemente mejorar a los demás, forjar sus vidas de la forma que consideramos más correcta y por su propio bien.
Estamos seguros que siempre es por el bien del otro? Y que no hay ninguna parte de nosotros que esté intentando amoldar la realidad propia y ajena según nuestro propio esquema de control?
Pues no paramos de opinar, juzgar, criticar, reflexionar, sufrir y hablar sobre cómo debería ser la vida de los demás.
Esto es muy evidente en las relaciones de pareja por ejemplo.
Cuando nos enamoramos, lo que capta nuestro interés es la persona tal y como se muestra. Pero con el paso del tiempo, intentamos plasmar la otra persona según nuestras necesidades, miedos, traumas, ego, ideas y creencias. Cuando empieza esta fase es cuando llegan los problemas. Las razones principales son dos:
- Si intentamos cambiar la otra persona, dejaremos de reconocer quien nos enamoró;
- La otra persona puede intentar complacernos pero llegará un momento en que se alejará de si misma y tampoco se reconocerá.
Por lo tanto empezarán distintos tipos de conflictos y reproches sin mucho sentido que desgastan la relación y causan alejamiento. Si no cambiamos el chip, este puede ser un camino sin retorno por mucho que haya amor.
Y esto sucede en casi todo tipo de relaciones solo que tiene más repercusión cuando el vinculo es fuerte.
No has escuchado nunca decir ‘Es que ya no le reconozco, esta persona no es la pareja que conocí y con quien estuve’. O quizás lo has vivido en tu propia piel, porque te lo han dicho o porque tu lo has sufrido.
El esfuerzo titánico de querer cambiar al otro, de ver que podría estar mejor si solo nos hiciera caso, de poco sirve si la otra persona necesita moverse en una dirección distinta, según su evolución y aprendizaje.
Cuántas veces has visto alguna amiga o amigo repetir una y otra vez el mismo error, venir a ti quejándose y pidiendo ayuda y luego no hacerte ni caso? ¿Por qué?
Pues porque o no está preparada/o para entender lo que necesita aprender y pues cambiar; o porque no está fundamentalmente interesada/o en cambiar o mejorar su situación; o bien porque su aprendizaje es muy distinto de la idea que tenemos nosotros, por mucho que le pueda llevar a un resultado mejor o beneficioso. O finalmente por múltiples razones que pueden escapar a nuestra comprensión y control.
Es que al final justo de esto se trata: ¡control!
Que los demás respondan conforme a la idea que tenemos nosotros de ellos y de sus vidas nos hace sentir que tenemos el control de la situación. Y esto ocurre aún cuando actuamos con todas las buenas intenciones del mundo.
A veces también ayudamos a los demás porque no somos capaces de reconocer que somos nosotros quienes necesitamos ayuda. No sabemos pedirla y nos volcamos en los demás y sufrimos el desequilibrio que supone estar siempre y solo cuidando del otro. Agrandamos nuestro vacío interno porque no recibimos un retorno con tal de dejar oculto a los ojos de los demás lo que necesitamos. Y encima les culpamos por ello.
Te habrá ocurrido más de una vez que alguien haya intentado convencerte de recorrer un camino diferente al que tu tenías pensado, pero no has hecho caso. Y muchas veces hasta te habrá molestado que se te dijera el qué, el cómo, el cuándo y el porqué hacer esto o lo otro. Y otras veces que, luego de actuar según tu idea, te hayas dado cuenta que la otra persona tenía razón y que, si le hubieses hecho caso, habría sido mejor.
Pero no hay mejor aprendizaje que el que deriva de la formula ensayo y error.
O dicho en palabras menos técnicas, darse con la carita contra la pared una y otra vez, tropezar con la misma piedra 100 o hasta 1000 veces para aprender de una vez las cosas.
Entonces, no se trata de no decir nada a nadie, de no opinar o sugerir, sino más bien de mostrar (si hace falta!) una realidad distinta a la otra persona y dejar que haga de ello lo que considere. Soltar el control y dejar que cada quien experimente lo que necesita, aún cuando le sea perjudicial.
Y quedarse a un lado por si hace falta echar un cable y ayudar o dar apoyo. O alejarse hasta que la otra persona haya vivido la experiencia que necesita, no perjudicarla ni perjudicarnos.
El desgaste que supone ayudar a alguien que no quiere ser ayudado es brutal. Y quien se desgasta eres únicamente tu! La otra persona, por lo contrario, no se mueve de donde está y hasta se beneficia de tu energía.
Cuánto antes nos equivocamos, más rápidamente podremos llegar a un aprendizaje.
Y si este aprendizaje no llega, no llega. Ya está.
Puede que habrá sido decisión (y responsabilidad) de cada persona seguir un camino determinado. O que simplemente es así como tiene que ir.
No te hagas cargo de mejorar a los demás. Esta tarea es una tarea unipersonal e intransferible.
Mejorate a ti mism@ y refleja esta mejora en todo lo que te rodea, en cada acción, intención, pensamiento, palabra y emoción.
Intentemos dejarnos la libertad mutua de equivocarnos y de vivir según lo que nuestra evolución requiere.
Nuestro camino es un recorrido compartido por tramos, pero siempre individual. Y no necesitamos clones para evolucionar, sino más bien todo lo contrario.
~
Vittoria Veri Doldo ~ Health Coach
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