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Los 4 conflictos en la pareja – A. Jodorowsky [libros]

Alejandro Jodorowsky es un poeta, escritor, guionista, artista y psicomago chileno. De ideas innovadoras y especialmente geniales, se ha dado a conocer no solo por su poliédrica faceta en el ámbito teatral, cinematográfico y musical, sino también por ser el creador de la Psicomagia y de la Psicogenealogía [descarga el libro].

Ambas tienen el objetivo de sanar los conflictos personales y que derivan del propio árbol genealógico.

Jodorowsky explica como nuestro inconsciente considera nuestros actos simbólicos como reales. Por lo tanto una acto simbólico-mágico nos permite modificar nuestro inconsciente y resolver traumas y bloqueos psicológicos.

Estos actos mágicos, así como los define Jodorowsky, son personales, creados según las necesidades de la persona y a raíz de un atento estudio de su árbol genealógico. Por esta razón tanto la psicomagia como la psicogenealogía están estrictamente ligadas.

En artículos anteriores compartimos los textos de Jodorowsky: Manual de Psicomagia y Metagenealogia explicando su forma de tratar el inconsciente a través, como dicho, del análisis del árbol familiar y de los nombres. Y de como cada elemento influye en nuestro inconsciente y en nuestra forma de pensar y actuar.

Hoy centramos nuestra atención en otro interesante aspecto de nuestra vida que es la relación con la pareja. En el siguiente extracto de su libro Manual de Psicomagia, Jodorowsky explica los 4 principales conflictos en la pareja causados por neurosis genealógicas. Con neurosis genealógica me refiero a las neurosis que derivan de las relaciones con los padres y de cómo su forma de ser marca nuestra búsqueda de pareja.

Te invito a leerlo y a descubrir más sobre este excéntrico y revolucionario artista que, pese a sus 90 años, siguen dejando una huella imborrable.

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Repetidamente, los individuos presos en la trampa de su árbol genealógico tienden a reproducir a sus padres, buscando de una manera inconsciente revivir los sufrimientos de la infancia.

Así, la hija de un padre a menudo ausente puede que se enamore de un hombre que vive en una ciudad lejana, o el hijo de una madre diferente puede que busque sólo mujeres incapaces de amar. Cuando las otras personas no se corresponden con sus proyecciones neuróticas, pasan de largo sin interesarse en ellas.

Por el contrario, si las neurosis concuerdan inmediatamente se sienten atraídos. Ambos enamorados fingen ser lo que el otro quiere que sea, para hacerse mutuamente deseables. Pero hay un momento en que perciben sus diferencias, e incapaces de tolerarlas, entran en conflicto.

¿Qué ha pasado? Han querido encontrar en el otro lo que les faltaba.

Por ejemplo: él muestra cierta astucia intelectual y una sexualidad vigorosa, pero está bloqueado en la expresión de sus emociones y no sabe manejar su vida en lo cotidiano. Ella, por el contrario, puede fácilmente organizar la vida diaria y expresar sus sentimientos, pero es frígida y sufre de inseguridad intelectual. Uniendo sus partes realizadas –él, la intelectual y la sexual; ella, la material y emocional– se equilibran.

Pero al poner en contacto sus complejos, -él, de inferioridad material y emocional; ella, de inferioridad sexual e intelectual- se sumergen en graves luchas donde deben completar algo del otro y esperar que el otro complete algo de ellos. Nunca obtendrán una entera satisfacción. El sitio que ocupan no es para dos sino para uno. Tendrán esencialmente cuatro clases de conflictos: lucha por existir, lucha por la identidad sexual, lucha por la satisfacción, lucha por el poder.

La lucha por existir

“Cómo mis padres no me dieron la atención suficiente ni me valoraron, no he podido formarme un Yo. No sé quién soy ni cómo soy. Me siento vacío/a. No encuentro sentido a la vida. No valgo nada. Me entregaré totalmente a ti porque no soy digno/a de pretender aprobarme a mí mismo/a. Eres lo único que existe en mi mundo. Mi felicidad está en tus manos.”

Alguien así es un cepo viviente, adulto/a que con ansiedad de bebé abandonado espera que su pareja le diga: “Tú existes”. Este ser que se siente vacío se encontrará con otro que también se siente vacío. Si el primero es pasivo: “¡Me entrego a ti! ¡Tú serás mi yo!”, el segundo es activo: “¡Acepto, gracias a ti colmaré mi inexistencia sintiendo que soy alguien! ¡Me transformaré en tu ideal!”

Al comienzo uno adora y otro se deja adorar. Gradualmente, el humilde irá manipulando al orgulloso hasta acabar dirigiéndolo. Y un día, habiendo adquirido la seguridad necesaria, demolerá el pedestal del ídolo para hacerlo caer. “Ahora yo soy tú, y tú eres yo. Y por eso te desprecio. Encontraré a otro/a que merezca mi admiración.”

La lucha por la identidad sexual

La mujer siente un gran deseo por conquistar la masculinidad. El hombre, de manifestar su feminidad. Ella simula una feminidad que no conoce, porque ha tenido una madre viril. Él simula una virilidad que no conoce, porque ha tenido un padre débil o ausente.

Ha sido educado por la madre, o la abuela, o por cualquier otro pariente femenino. Cuando pasa el tiempo, se quitan las máscaras: la mujer comienza a actuar como hombre y el hombre como mujer. Cuando ella hace lo que le viene en gana, él se encierra en su pasividad. Ella progresivamente se vuelve frígida y él tiene cada vez más dificultad para conseguir una erección. Ambos han perdido el deseo. Para funcionar bien, ella necesita perderle el respeto; pero él, si le pierden el respeto, se obstina en su impotencia.

La lucha por la satisfacción

Ella y él creen que si no hay fusión, no hay amor. “Quiero que los dos nos convirtamos en un solo ser.” Sus madres no los han amamantado el tiempo suficiente. Se han quedado con el deseo de que les dejen chupar leche hasta saciarse. Son pseudo-adultos que buscan ser mantenidos material y emocionalmente.

“Hazte cargo de mí. Evítame los dolores y los sufrimientos. Ocúpate de mi salud y mi comodidad.”

En verdad no desean formar pareja con un hombre o con una mujer, sino con un padre y una madre. No tarda en aparecer otro bebé frustrado que desea encubrir su debilidad haciéndose pasar por un adulto realizado.

“No tengo necesidad de mamar, para demostrarlo voy a sacrificarme por ti, me convertiré en tu madre-padre ideal. Te daré todo cuánto quieras, pero con la condición de que no crezcas. Te protegeré y cuidaré, más en el momento en que te hagas adulto/a, caeré en una profunda depresión porque habré perdido mi función. Me siento  existir sólo sí me ocupo de ti. No cambies.”

Estalla el conflicto cuando quien tenía el rol de niño/a comienza a ejercer el rol de madre-padre. El otro, destronado, se debilita, enferma, padece un accidente grave o se arruina. A medida que uno crece, el otro empequeñece.

Estas personas son un pozo sin fondo, sus peticiones no tienen fin. Y pidiendo cada vez más muestran al otro que no es capaz de darles satisfacción. El cual, no pudiendo hacerlo, sufre: en el fondo no busca que lo amen sino que le agradezcan. Pero el que pide sin cesar, como no logra estar satisfecho, nunca agradece.

La lucha por el poder

Quién domina a quién ocupa 90% de una relación. Ambos, cuando eran niños, no tuvieron la oportunidad de ser ellos mismos, sino que fueron obligados a ser lo que sus padres dominantes querían que fueran. Crecieron con un enorme deseo de vencer al otro. Pero si esto lo logran, pierden el interés en la pareja y se alejan.

A quién se le exige sumisión dice “Quisiera someterme, dejarme conducir por ti, sin resistencia alguna, que tú mandes, que tú decidas, como hacían mis padres. Pero no puedo, ni quiero. Estoy convencido/a de que si lo hago, me desatenderás. Así que, aunque te enfurezcas, insistiré en mis reivindicaciones de independencia. A veces amenazaré con suicidarme para que comprendas que debes dejarme libre. Sin embargo, a pesar de todos tus insultos, no puedo separarme de ti. Estoy dentro de un juego cruel al que yo mismo/a me he encadenado.”

Quién mantiene sometido y atrapado al otro dice: “Puesto que en una pareja uno de los dos debe dirigir, asumiré yo ese papel, porque durante en mi infancia he tenido que bajar la cabeza. Con mis padres nunca pude opinar, satisfacer mis gustos o desobedecer. Ahora que te he encontrado, débil y cobarde, aprovecharé para tratarte exactamente como hicieron ellos conmigo.”

Esa persona débil está habitada por un deseo enorme de vencer algún día, en cambio la que dirige es insegura y sólo dominando se demuestra a sí misma que tiene fuerza. Cuando el dominado se libera poco a poco, el dominador –por miedo a la separación– comienza a hacer concesiones y los roles se invierten.

Fuente: Manual de Psicomagia, Alejandro Jodorowsky

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Fuente: serliderdetuvida.com.mx

Vittoria Veri Doldo ~ Health Coach

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